NV sale del agujero
El asturiano Nacho Vegas reinventa su fatalismo vital con fe y resignación en su nuevo «El manifiesto desastre»
CHUS NEIRA La foto de portada es la misma que se ha visto otras veces: el humo, la melena, el ser cabizbajo y dubitativo que apura timidez y desesperación. El título también insiste en la fatalidad acostumbrada: «El manifiesto desastre». Todos los indicios llevan a pensar en un disco hecho a la medida de los puristas de la religión Nacho Vegas (Ignacio González Vegas, Gijón, 9 de diciembre de 1974), once canciones dedicadas al rechinar de dientes, la flagelación, la caída toxicómana, el derrumbe emocional, la muerte y la ausencia absoluta de un motivo por el que estar vivo mereciera la pena.
Desde sus primeras canciones en solitario, en especial del debut «Actos inexplicables» (2001), hasta el anterior trabajo firmado únicamente con su nombre, «Desaparezca aquí» / «Esto no es una salida» (2005), Nacho Vegas ha logrado formar una voz propia, seria, fuerte, de autor excepcional dentro de lo que podríamos llamar la canción en castellano. Pero también un personaje maldito, amante de las profundidades del alma humana, del lado negro de la existencia.
Aunque quizás un repaso detallado de sus canciones pusiera paréntesis y muchos matices a ese personaje, «El manifiesto desastre» no es más de lo mismo. A pesar de las cartas de presentación, e incluso de las afirmaciones del propio autor, creo que esta colección de canciones marca un antes y un después en la poética de Vegas.
El problema es que la colección se ha ordenado a la manera de un «flash back», y quizá para tener una buena medida del momento existencial-poético desde el que se sitúa el cantautor habría que escucharlo desde el final. «Morir o matar», canción que cierra el disco, fue la que más trabajo le costó acabar de componer y la que se refiere al inicio de una ruptura con la que se abre el nuevo ciclo vegasiano. Ésta es la que más puentes tiende al antiguo cancionero del gijonés, con un final a la manera del clásico «memento mori» que ninguna tabla de salvación aporta, y con pasajes de íntima vergüenza, de pobre ser humano herido y sin saber qué hacer.
Quizás este bien situada en ese cierre, pero en realidad poco tiene que ver con el resto del disco, salvo con «Mondúber» y «Un desastre manifiesto». Lo que más sorprende en él son, precisamente, dos canciones de parecido aliento aunque muy distinto ropaje musical, «El tercer día» y «Crujidos». Son canciones de mono, de superación, de salida del agujero, en las que aunque se incide en la fatalidad de tener que vivir, en la pesada carga de continuar, se constata que la voz poética que canta en nombre de Nacho Vegas ha asumido eso, el hecho de estar vivo, por pesado que resulte, y no, como sucedía antes, el deseo de estar muerto.
Más claro aparece en «Detener el tiempo», metacanción sobre el oficio de escribir que recuerda en parte a «El cazador» de «El tiempo de las cerezas» y en la que Nacho Vegas habla de «el miedo» y «la verdad» como constantes para avanzar y tener la seguridad de que sí, «queda mucho más».
El resto del disco se reparte en más que correctos ejercicios de pop autoral y las citadas canciones de desamor y tortura íntima, entre las que destaca «Un desastre manifiesto» por el empleo de las voces ficcionales. Quiero decir que Nacho Vegas, muy dado ya anteriormente a jugar a cambiar el punto de vista y narrar desde la tercera persona cuando uno esperaría la primera, se instala aquí en la segunda, leyéndose a sí mismo la cartilla desde una instancia superior, desde un juez, una figura de autoridad (ya utilizada otras veces).
Sobran o no llegan a la categoría de repertorio esencial, para mi gusto, el paisaje en negro, de cuarto oscuro, de «Junior suite», o el correcto corrido inspirado en Pessoa-José Alfredo de «En lugar del amor», y sí interesa más cómo le ha dado la vuelta (un poco egoísta) al «Anyhow I love you», de Guy Clark.
Entre lo no citado todavía, la buena noticia es que el humor de Nacho Vegas ya apuntado en grandes canciones como «El hombre que casi conoció a Michi Panero» se suelta aquí el pelo, desde «Dry Martini SA», la que abre el trabajo, a «Lole y Bolan (un amor teórico)», donde él y Christina Rosenvinge sellan en clave cómplice un rock de gozo.
En lo musical, Nacho Vegas suma aquí al bajista Luis Rodríguez (ya en «Lucas 15») y al pianista y organista Abraham Boba, cuya presencia da a los teclados un protagonismo pocas veces visto en sus canciones. De aplauso también, la producción de Paco Loco, con su gusto por los pasajes de colmillo retorcido, de intensidad brutal, como el final de «El tercer día», una de las joyas que incluye este manifiesto que, en realidad, bien podrían ser canciones de redención.
Publicado en La Nueva España
Comentarios
Sí q se ve esa luz al final de las canciones...
Del disco sigo sin poder opinar mucho, por lo poco oído, Morir o Matar merece quitarse el sombrero
paula
paula
tambien queria destacar que contra mas lo oiga mas me gusta y la de morir o matar me choco mas al principio, ahora me quedo mas col crujidos y el tercer dia. un saludo
minda
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